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El día que volvimos a ser puertorriqueños

Los discursos tradicionales que se dirigen a la población joven suelen referirse a los conceptos de transición y de inserción de una etapa a la próxima. La alta competitividad -que sabemos que hay en la calle- nos ha llevado a trabajar en bloques de generaciones, a medirnos, ser un recurso más, ya sea humano, ciudadano, consumidor o como queramos categorizar según dicte el contexto. En tiempos de mayor estabilidad económica y que no se utiliza la palabra “crisis” en el vocablo popular, asumimos que la sociedad en la que vivimos es algo a proteger y preservar porque, a fin de cuentas, es algo que funciona. En el 2017 la mayoría de los puertorriqueños siente que el país no funciona, lo que ha ocasionado que muchos, entre ellos decenas de miles de jóvenes, piensen que las cosas no van a funcionar y terminen emigrando a Estados Unidos.


En el plano político, considero que muchos de nuestros conflictos a nivel de consciencia y sentido moral se desprenden de cómo no reconocemos las diferencias en los sentidos de pertenencia de esta patria de cada ciudadano en la práctica. En Puerto Rico es muy difícil ser ciudadano puertorriqueño y sostener un argumento sin ser acosado de llevar agendas políticas. Pero, reconociendo el fuerte poder que trabaja para que la democracia sea cuestión de representación y no de participación directa, nos obliga a hablar del tema.


Me atrevo a apostar que los jóvenes, más que los otros grupos de edad están muy conscientes de la constante decadencia de la sociedad puertorriqueña. La tradición y el folclor que heredamos cada día lo celebramos, cada vez, con sonrisas más forzadas. La emigración masiva poco tiene que ver con oportunidades, sino con la desesperanza. Las dos franquicias políticas que controlan las opciones electorales se pelean por los grados de autonomía que debe existir entre Puerto Rico y Estados Unidos y, generalmente, lo traducen a la ciudadanía con la promesa de la tierra prometida. La pasada generación tuvo sus días de gloria, cuando la industrialización abrió paso a un crecimiento sin precedentes en la economía basada en el servicio, el turismo y la instrucción pública, por decir algunos.


Reconstruir, construir, re-imaginar o crear el Puerto Rico que todos queremos vivir es una propuesta arriesgada que nos concierne y trasciende a todos. Más allá de nuestros pequeños universos de identidades individuales y colectivas, hay retos serios y poco tiempo para conceptualizar previo a la acción. La transición y la inserción a la sociedad que hemos heredado tocará ser uno de esos operativos tipo “friendo y comiendo”. En este sentido, somos jóvenes que queremos construir una nueva sociedad en la que quepa la diversidad que connota el ser y pertenecer a esta Isla. Los jóvenes, en el sentido biológico, estamos aquí y ahora absorbiendo mensajes, manejando tecnología y recursos que superan las mejores intenciones de quienes intentan mantener a pie nuestras decadentes instituciones, basándose en supuestos ideológicos o políticos.


Tengo 29 años, soy uno de los más de 700 mil jóvenes entre 18 a 34 años que vive en Puerto Rico. Estudio en la universidad pública de este territorio. Aprovecho este espacio, que puede parecer escrita externamente, como decir desde una pos-puertorriqueñidad, porque son palabras de un investigador del Observatorio Ciudadano Somos el Ahora. La iniciativa surgió por petición nuestra (la de cientos de jóvenes inconformes y creativos) a la Fundación Agenda Ciudadana. Desde ese espacio, queremos motivar a otros jóvenes a hacer una mirada crítica de la política pública que se discute y se aprueba diariamente en nuestro país; en especial los temas que afectan a nuestra población, en esa etapa de consolidación como ciudadanos adultos.


Miguel Feliciano

Miembro

Para acceder a la columna en su versión original accede aquí


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